Si creías que el fútbol peruano no tenía
solución, pues estabas en lo correcto. Somos los mejores llegando al arco, los
peores en anotar. Este es un resumen de lo que pasó en mi casa mientras
Barranquilla se llenaba de fiesta o, mejor dicho, mientras nuestros “héroes
nacionales” se perdían goles cantados.
Perú -
Colombia.
1er tiempo
¡Inició el
partido! Y el locutor no tiene mejor idea que arrancar con “empiezan a jugar
con nuestras ilusiones”. Qué manera de fregarnos; solo espero que mi pata
Rosell grite una victoria peruana en tierra colocha. Mientras Colombia y Perú
disputan, en casa siguen sucediéndose las cosas.
Mi viejita, por ejemplo, para estar
a salvo de esta tonta pasión, ha ido afuera a sentarse en la vieja banca y la
más gordita de mi familia acaba de llegar. Llega justo cuando Jair Céspedes se
lleva a tres colombianos, pero a ella poco le importa, pues la más gordita de
sus hijas no ha limpiado su cuarto y mi hermana inicia su grito diario. Debo
subir el volumen de la tele.
A mamá no solo no le gusta el
fútbol, también reniega cada vez que ve un balón. Ahora le he llevado su
sombrero beige, este sol está casi tan fuere como el de Barranquilla. Vuelvo al
cuarto y de pronto me doy cuenta de que soy el único que está con la tele
prendida. El único tonto.
Es la primera vez que, como
voleibolistas, piden tiempo y salen a refrescarse, estiran las piernas y
reciben recomendaciones. Es extrañísimo, aunque es probable que de aquí a un
tiempo será de lo más normal. Capaz ahora se toman selfies y actualizan
sus perfiles: “Aquí jugando una pichanga”.
Minuto 30. Colombia acaba de
perderse un gol, menos mal. A seguir ajustando. Por cierto, ¿Pizarro está
jugando? Ah, sí, acaba de perder la pelota.
Tengo una hermana que vive con su
familia al frente. Ha venido y pregunta por sus platos que dejó no sé cuándo.
Cosas familiares. Imagino que los ha encontrado porque ahora conversa con la
más gordita.
Minuto 35. Gol de Colombia. Por
enésima vez, de cabeza. Y mis hermanas siguen de lo más serenas con su conversación,
nada ha pasado en el mundo, mamá continúa tomando sol, todas dichosas, para
ellas ningún peruano tiene rabia en este momento. No me parece, deben compartir
nuestro dolor. Lo dije: Hoy empieza nuestro calvario con la selección.
38’ Tiro libre para Perú. Aquí viene
el gol, debería, lo merecemos, Lobatón va a patear. “Manotazo apurado de
Ospina”, dice el narrador. Casi, muy casi, la clásica. En el fútbol peruano
vivimos de los “casi”. Y en la vida interdiaria, también.
42’ Carrillo se hace un jugadón.
¿Gol? No, solo bonito fútbol y amarilla para Teo por faulearlo.
43’ Otra vez Lobatón desde el mismo
lado, tiro libre, no tan libre. Expectativa, no puedo escribir tan veloz, la
vida real pasa más rápida. Esta vez no hubo el “casi” ni el “uff…”, solo saque
de costado para Colombia.
Creo que debería hacer caso a
Ángeles y leer a Chejfec. O cualquier libro, ¿qué hago aquí malgastando mi
tiempo? Iluso yo, sigo.
Acabó el primer tiempo. Resultado en
contra. ¿Quién me devuelve estos 45 minutos de mi vida?
Lo peor, continuaré viendo con la
esperanza del empate o del desempate. Esta relación es como esos amores que ya
no dan más, pero dale que dale imaginando que habrá un tiempo de mejora.
Tomo el control, dejo de pensar en
el amor y en el fútbol y, como escribe el Búho de tu periódico favorito, apago
el televisor.
2do tiempo
Me había
quedado afuera con mamá y Colombia casi mete el segundo.
Mi hermana del frente ha regresado a
su casa. Carrillo se lleva a uno, a dos, a tres, juega bonito y al final… la caga.
Pienso en los pretendientes que hacen todo bien, menos lo importante. Pienso en
los esposos que duermen en una misma cama sin tocarse.
Mi hermana la más gordita ha
empezado a ver el partido en su cuarto y de inmediato ha principiado con su
poesía: “¡Puta mare, por las huevas entrenan!”. Está viendo con sus dos hijitas
que han heredado su peso, menos mal no sus lisuras. “¡Qué hace este baboso!”.
Muchas veces cuando las mujeres se sientan a ver fútbol llegan a ser más
histéricas que los varones.
Gritamos gol, ellas en su cuarto, yo
en el cuarto de mamá, pero fue palo, ya no trascribo las nuevas lisuras.
El partido me hace renegar. He ido a
la banca a acompañar a mamá y me pregunta si hoy le toca su inyección. Cierto,
a mamá tres veces a la semana le toca inyección, y para que le pongan la llevo
a la farmacia. Y hoy le toca, pero mamá no quiere ir, nunca quiere, no le
gusta, a nadie le gusta, menos tres veces por semana. Le entran los nervios de
solo pensarlo. Ella, muy viva, me dice que si no gana Perú dejamos la inyección
para mañana. Me es difícil decirle que no, acepto a sabiendas de que está
tranca de que Perú revierta. De pronto escucho ¡gol!, y vengo corriendo, pero
no, fue otro “casi”.
Mi hermana empieza a cantar: “No
estaban muertos, estaban de parranda”. Pero después de unos pocos minutos
sentencia: “No pasa nada con Perú”. Y su hija: “Sí, la verdad; mejor pongan una
película”. Y después: “Paolo Guerrero ni toca”. Lo ha dicho ella que es hincha
de Paolo, es decir, ha cometido un sacrilegio.
70’ Mamá ha venido a su cuarto, el
cuarto en el que veo el partido y ahora escribo. Tiene sueño. Se ha echado en
su cama, medio somnolienta me habla sobre el chicharrón que se le ha antojado,
el chicharrón que ella sabe, por indicaciones del médico, no puede comer.
Mamá se ha quedado dormida y Yordy
Reyna acaba de ingresar después de una segunda pausa para que se rehidraten y
se tomen selfies. Ha entrado por Pizarro que ya no daba más.
75’ Tiro libre peruano y todos
estamos ilusionados con que acá sí viene el gol. Pero no, otra vez ¡casito! Ya
cansan los “casito”. Y el narrador: “Asustamos a los colombianos”. ¡Qué
consuelo!
He subido a mi cuarto, he encontrado
a Rilke, he escogido cualquier página y me he sentado en mi cama. No paso ni al
siguiente párrafo y me percato de que la costumbre es demasiada salvaje,
entonces vuelvo al cuarto de mamá y sigo con el martirio. Bajo el volumen.
Lo peor, me digo, es sentir que se
puede empatar, incluso ganar, y la malogran en el momento último. Mi sobrinita
empieza a cantar: “Porque yo creo en ti, vamos, vamos Perú…”. Y después tienen
una clara oportunidad de gol y, para variar, no lo concretan, entonces deja de
cantar y grita al estilo de su mamá: “¡Puta mare!”. Bueno, creo que ella sí ha
heredado, además del peso, algunas lisuras. En realidad, son inevitables cada
vez que juega esta selección. No quiero imaginarme las que se vendrán en el
próximo encuentro contra Chile.
87’ Todo es tensión y Yordy, solo
frente al arquero, se falla un gol cantado. Un gol que incluso yo lo hubiera
hecho. Mi hermano que ha llegado hace un ratito grita: “Ese negro debe morir,
carajo”. Y mi sobrina, la más grande: “Yordy oe, puta lera, Guerrero la hubiera
metido”. Yo me pregunto de dónde sale tanta poesía y cómo estarán y qué dirán en
otras casas. Por lo que veo, la pasión viene con lisuras. Al menos la del
fútbol.
90’ “Ya perdimos oe”, dice mi
sobrinita. Los colochos siguen tirándose en la cancha por supuestos calambres,
solo para hacer hora, en esto le ganan incluso a los de mi cuadra.
94’ Tiempo extra, ya terminó el
partido, pero no, gol de Colombia en un contragolpe. Perú era quien más atacaba
y merecía al menos el empate. Resultado injusto, quien no ha visto los más de
noventa minutos creerá erróneamente que Colombia jugó mejor. “Gol que no haces,
gol que te hacen”, dice mi hermano mientras sale de la casa.
Yo ya me había dicho, caray, yo ya
te había dicho, Moisés, no veas más fútbol, no veas más fútbol de la selección,
y tú terco enciendes la tele, yo ya te había dicho y te lo sigo diciendo y
seguro tú, terco, insensato, también verás el siguiente, es lo más seguro,
porque confías, porque en el fondo tienes fe de que ese amor no ha terminado,
de que todavía pueden revertirlo, y te aferras porque muy en el fondo, aunque
no lo aceptes, eres de esos peruanos que todavía creen que la selección
mejorará y esta vez sí irá al mundial; total, te excusas, esto recién empieza.
Mi mamá, desentendida del fútbol y
de otras falsas ilusiones, se despierta y lo primero que me dice es “¿y ahora
qué vamos a comer, papá?”. Me gustaría responderle, mamá, comeremos un rico chicharrón,
pero le digo que iré a comprarle su mazamorra morada con arroz con leche.
Mientras voy y paso por personas a las que siento que le han robado una
alegría, pienso, pesimista, que ya no tendré pretexto para viajar a Rusia, ni
siquiera para soñarlo, y que debemos cambiar eso de “Rumbo a Rusia 2018” por
“Rusia, no nos esperes”. Sí, Rusia, no nos esperes. O, mejor, “Rusia, no me
esperes, ya no pienses en mí”. Dostoievski, Tolstói, Chéjov, Nabokov, dioses
míos, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos. Pido la mazamorra y regreso
a casa a seguir con la vida, yo también juego mi propio partido y creo que ya me
han sacado amarilla.
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