sábado, 10 de octubre de 2015

RUSIA, NO ME ESPERES


Si creías que el fútbol peruano no tenía solución, pues estabas en lo correcto. Somos los mejores llegando al arco, los peores en anotar. Este es un resumen de lo que pasó en mi casa mientras Barranquilla se llenaba de fiesta o, mejor dicho, mientras nuestros “héroes nacionales” se perdían goles cantados.

Perú - Colombia.

1er tiempo
¡Inició el partido! Y el locutor no tiene mejor idea que arrancar con “empiezan a jugar con nuestras ilusiones”. Qué manera de fregarnos; solo espero que mi pata Rosell grite una victoria peruana en tierra colocha. Mientras Colombia y Perú disputan, en casa siguen sucediéndose las cosas.
            Mi viejita, por ejemplo, para estar a salvo de esta tonta pasión, ha ido afuera a sentarse en la vieja banca y la más gordita de mi familia acaba de llegar. Llega justo cuando Jair Céspedes se lleva a tres colombianos, pero a ella poco le importa, pues la más gordita de sus hijas no ha limpiado su cuarto y mi hermana inicia su grito diario. Debo subir el volumen de la tele.
            A mamá no solo no le gusta el fútbol, también reniega cada vez que ve un balón. Ahora le he llevado su sombrero beige, este sol está casi tan fuere como el de Barranquilla. Vuelvo al cuarto y de pronto me doy cuenta de que soy el único que está con la tele prendida. El único tonto.
            Es la primera vez que, como voleibolistas, piden tiempo y salen a refrescarse, estiran las piernas y reciben recomendaciones. Es extrañísimo, aunque es probable que de aquí a un tiempo será de lo más normal. Capaz ahora se toman selfies y actualizan sus perfiles: “Aquí jugando una pichanga”.
            Minuto 30. Colombia acaba de perderse un gol, menos mal. A seguir ajustando. Por cierto, ¿Pizarro está jugando? Ah, sí, acaba de perder la pelota.
            Tengo una hermana que vive con su familia al frente. Ha venido y pregunta por sus platos que dejó no sé cuándo. Cosas familiares. Imagino que los ha encontrado porque ahora conversa con la más gordita.
            Minuto 35. Gol de Colombia. Por enésima vez, de cabeza. Y mis hermanas siguen de lo más serenas con su conversación, nada ha pasado en el mundo, mamá continúa tomando sol, todas dichosas, para ellas ningún peruano tiene rabia en este momento. No me parece, deben compartir nuestro dolor. Lo dije: Hoy empieza nuestro calvario con la selección.
            38’ Tiro libre para Perú. Aquí viene el gol, debería, lo merecemos, Lobatón va a patear. “Manotazo apurado de Ospina”, dice el narrador. Casi, muy casi, la clásica. En el fútbol peruano vivimos de los “casi”. Y en la vida interdiaria, también.
            42’ Carrillo se hace un jugadón. ¿Gol? No, solo bonito fútbol y amarilla para Teo por faulearlo.
            43’ Otra vez Lobatón desde el mismo lado, tiro libre, no tan libre. Expectativa, no puedo escribir tan veloz, la vida real pasa más rápida. Esta vez no hubo el “casi” ni el “uff…”, solo saque de costado para Colombia.
            Creo que debería hacer caso a Ángeles y leer a Chejfec. O cualquier libro, ¿qué hago aquí malgastando mi tiempo? Iluso yo, sigo.
            Acabó el primer tiempo. Resultado en contra. ¿Quién me devuelve estos 45 minutos de mi vida?
            Lo peor, continuaré viendo con la esperanza del empate o del desempate. Esta relación es como esos amores que ya no dan más, pero dale que dale imaginando que habrá un tiempo de mejora.
            Tomo el control, dejo de pensar en el amor y en el fútbol y, como escribe el Búho de tu periódico favorito, apago el televisor.

2do tiempo
Me había quedado afuera con mamá y Colombia casi mete el segundo.
            Mi hermana del frente ha regresado a su casa. Carrillo se lleva a uno, a dos, a tres, juega bonito y al final… la caga. Pienso en los pretendientes que hacen todo bien, menos lo importante. Pienso en los esposos que duermen en una misma cama sin tocarse.
            Mi hermana la más gordita ha empezado a ver el partido en su cuarto y de inmediato ha principiado con su poesía: “¡Puta mare, por las huevas entrenan!”. Está viendo con sus dos hijitas que han heredado su peso, menos mal no sus lisuras. “¡Qué hace este baboso!”. Muchas veces cuando las mujeres se sientan a ver fútbol llegan a ser más histéricas que los varones.
            Gritamos gol, ellas en su cuarto, yo en el cuarto de mamá, pero fue palo, ya no trascribo las nuevas lisuras.
            El partido me hace renegar. He ido a la banca a acompañar a mamá y me pregunta si hoy le toca su inyección. Cierto, a mamá tres veces a la semana le toca inyección, y para que le pongan la llevo a la farmacia. Y hoy le toca, pero mamá no quiere ir, nunca quiere, no le gusta, a nadie le gusta, menos tres veces por semana. Le entran los nervios de solo pensarlo. Ella, muy viva, me dice que si no gana Perú dejamos la inyección para mañana. Me es difícil decirle que no, acepto a sabiendas de que está tranca de que Perú revierta. De pronto escucho ¡gol!, y vengo corriendo, pero no, fue otro “casi”.
            Mi hermana empieza a cantar: “No estaban muertos, estaban de parranda”. Pero después de unos pocos minutos sentencia: “No pasa nada con Perú”. Y su hija: “Sí, la verdad; mejor pongan una película”. Y después: “Paolo Guerrero ni toca”. Lo ha dicho ella que es hincha de Paolo, es decir, ha cometido un sacrilegio.
            70’ Mamá ha venido a su cuarto, el cuarto en el que veo el partido y ahora escribo. Tiene sueño. Se ha echado en su cama, medio somnolienta me habla sobre el chicharrón que se le ha antojado, el chicharrón que ella sabe, por indicaciones del médico, no puede comer.
            Mamá se ha quedado dormida y Yordy Reyna acaba de ingresar después de una segunda pausa para que se rehidraten y se tomen selfies. Ha entrado por Pizarro que ya no daba más.
            75’ Tiro libre peruano y todos estamos ilusionados con que acá sí viene el gol. Pero no, otra vez ¡casito! Ya cansan los “casito”. Y el narrador: “Asustamos a los colombianos”. ¡Qué consuelo!
            He subido a mi cuarto, he encontrado a Rilke, he escogido cualquier página y me he sentado en mi cama. No paso ni al siguiente párrafo y me percato de que la costumbre es demasiada salvaje, entonces vuelvo al cuarto de mamá y sigo con el martirio. Bajo el volumen.
            Lo peor, me digo, es sentir que se puede empatar, incluso ganar, y la malogran en el momento último. Mi sobrinita empieza a cantar: “Porque yo creo en ti, vamos, vamos Perú…”. Y después tienen una clara oportunidad de gol y, para variar, no lo concretan, entonces deja de cantar y grita al estilo de su mamá: “¡Puta mare!”. Bueno, creo que ella sí ha heredado, además del peso, algunas lisuras. En realidad, son inevitables cada vez que juega esta selección. No quiero imaginarme las que se vendrán en el próximo encuentro contra Chile.
            87’ Todo es tensión y Yordy, solo frente al arquero, se falla un gol cantado. Un gol que incluso yo lo hubiera hecho. Mi hermano que ha llegado hace un ratito grita: “Ese negro debe morir, carajo”. Y mi sobrina, la más grande: “Yordy oe, puta lera, Guerrero la hubiera metido”. Yo me pregunto de dónde sale tanta poesía y cómo estarán y qué dirán en otras casas. Por lo que veo, la pasión viene con lisuras. Al menos la del fútbol.
            90’ “Ya perdimos oe”, dice mi sobrinita. Los colochos siguen tirándose en la cancha por supuestos calambres, solo para hacer hora, en esto le ganan incluso a los de mi cuadra.
            94’ Tiempo extra, ya terminó el partido, pero no, gol de Colombia en un contragolpe. Perú era quien más atacaba y merecía al menos el empate. Resultado injusto, quien no ha visto los más de noventa minutos creerá erróneamente que Colombia jugó mejor. “Gol que no haces, gol que te hacen”, dice mi hermano mientras sale de la casa.
            Yo ya me había dicho, caray, yo ya te había dicho, Moisés, no veas más fútbol, no veas más fútbol de la selección, y tú terco enciendes la tele, yo ya te había dicho y te lo sigo diciendo y seguro tú, terco, insensato, también verás el siguiente, es lo más seguro, porque confías, porque en el fondo tienes fe de que ese amor no ha terminado, de que todavía pueden revertirlo, y te aferras porque muy en el fondo, aunque no lo aceptes, eres de esos peruanos que todavía creen que la selección mejorará y esta vez sí irá al mundial; total, te excusas, esto recién empieza.
            Mi mamá, desentendida del fútbol y de otras falsas ilusiones, se despierta y lo primero que me dice es “¿y ahora qué vamos a comer, papá?”. Me gustaría responderle, mamá, comeremos un rico chicharrón, pero le digo que iré a comprarle su mazamorra morada con arroz con leche. Mientras voy y paso por personas a las que siento que le han robado una alegría, pienso, pesimista, que ya no tendré pretexto para viajar a Rusia, ni siquiera para soñarlo, y que debemos cambiar eso de “Rumbo a Rusia 2018” por “Rusia, no nos esperes”. Sí, Rusia, no nos esperes. O, mejor, “Rusia, no me esperes, ya no pienses en mí”. Dostoievski, Tolstói, Chéjov, Nabokov, dioses míos, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos. Pido la mazamorra y regreso a casa a seguir con la vida, yo también juego mi propio partido y creo que ya me han sacado amarilla. 


MOIZÉS AZAÑA

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