jueves, 19 de febrero de 2009

EN QUÉ PASADO QUEDÓ NUESTRO PRESENTE


Dejamos de querernos, de vernos a través de los renglones, de explotar en risas como tontos tras una película, unos comentarios o solo por chistes monces que te contaba, de rebuscar libros de segunda o quinta mano en Amazonas, de sentarnos en el pórtico de tu casa por el simple placer de estar juntos, de consentir que la noche nos descomponga hasta que solo seamos un abrazo o una discusión y luego caminar sobre las noches anocheciéndonos y comprar ensalada de fruta (solo una para ambos, nos creíamos muy románticos, pero lo cierto es que éramos unos misios totales)… 

Dejamos de querernos, así de simple. 

Dejamos de lado aquellos estrafalarios sobrenombres, murieron con nosotros. Nuestro avinagrado regocijo que brindó períodos solemnes, ahora se revuelca en un tacho de recuerdos, una memoria sin huesos, un hilo que pende de fechas sin horarios. Acaso es la nostalgia la que coloca palabras en mis dedos, acaso es el desconsuelo de no haberte pulverizado entre mis brazos, acaso es el simple matasellos de minar un aroma por ciertos fragmentos olvidados. Se rompió, no sé cómo, no sé cuándo, no sé por qué, no sé, no entiendo… Ribeyro escribió, desde su personaje Luder, en respuesta al dicho de que siempre hay un roto para un descosido, que él (Luder), no era ni roto ni descosido, sino un remendado. También yo (piltrafa bípeda), he sido remendado, pero, lastimosamente, con manos de sastres improvisadas, aprendices en esa sustancia inmaterial donde los sentidos se tupen: emponzoñan albedríos; en consecuencia, lograron hacer de mí un mal remiendo, un remache que a duras penas se sostiene en el aire, materia amorfa que cojea en esa huerta. Debo encontrar nuevos hilos para coserme, quizá masilla, quizá moco extraído de alguna nariz deípara que consiga soldarme en un solo cuerpo.

A priori sé que no leerás estas palabras, en un inicio lo hacías con devoción religiosa, hoy esto te parece una pérdida de tiempo, un modo de agonizar el reloj, una manera de adelantar la muerte; te da mucha lástima que pierda mis días escribiendo estulticias. Prefieres (preferías) que esté contigo: conversar en tu casa, escuchar las mil historias nuevas que tienes en tu alma como ánfora, reírnos por las huevas (por las puras huevas), momificar rutinariamente los paseos, y toda esa mierda que hacíamos —no es momento para escribirlas, para qué, tampoco lo leerás: jamás te lo enviaré—, sorprendernos de que existimos y de que estamos juntos no estándolo: puta madre. Tiempo que no nos vemos, nuestro orgullo puede más que las promesas, más que nuestros sentires ridículos que infantilmente encarcelamos. Hoy desertamos del presente para que en el siguiente presente nos echemos, nuevamente como huevones, la culpa el uno al otro.

Moisés Azaña Ortega

6 comentarios:

Gabriela Parra dijo...

Me agradar el sentimiento que transmites con cada palabra, sobre todo en la parte que hablas de sus orgullos.

Me gusto bastante.

Saludos =)

MoiZés AZÄÑA dijo...

El orgullo puede derrumbar de un solo tajo cualquier torre gemela edificada en tanto tiempo.

PD: Entiéndase torres como personas.

Anónimo dijo...

!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Maldito!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Cesar Antonio Chumbiauca dijo...

MI gran amigo, tu escrito es como un poema larguìsimo y maravilloso. Agradable. Te la inspira Ella, ¿no?

Saludos. Siempre es un gusto leerte. Cèsar.

Ah, y no es "Quedrá", es "Querrá", pero el quédrá es costumbre en el habla popular, por eso lo dejé así. No quisiera corregirlo.

MoiZés AZÄÑA dijo...

Me parece bacán tu postura de no corregirla, aunque quizá le podrías poner comillas. De otro lado, que quede como enigma la «inspiración». Siempre buena onda tus mensajes (Y)

Unknown dijo...

Lo que destruye a dos torres gemelas no es el orgullo sino la fustración.